OpEd

Estados Unidos de Trump no son amigos, Rusia debe mantener el rumbo – Fyodor Lukyanov

Cuando Vladimir Putin lanzó la operación militar de Rusia en Febrero de 2022, dejó en claro que el conflicto no se trataba solo de Ucrania. Se trataba de la lucha más amplia de Rusia contra “todo el llamado bloque occidental”, moldeado a la imagen de Estados Unidos. En su discurso de ese día, Putin describió a Estados Unidos como una “potencia sistémicamente importante”, con sus aliados actuando como seguidores obedientes, “copiando su comportamiento y aceptando ansiosamente las reglas que ofrece”. Tres años después, la naturaleza de este orden occidental se ha vuelto fundamental para el resultado del conflicto.
El regreso de Donald Trump a la White House ha sacudido la alianza transatlántica. Los Estados Unidos de Trump ya no siguen las viejas reglas. Estados Unidos está desmantelando estructuras de décadas de antigüedad que definían el dominio occidental. Su retórica agresiva contra Europa occidental, sus ataques a NATO y su abierto desdén por Ucrania han dejado a los líderes europeos luchando. Algunos analistas, como Stephen Walt, creen que los aliados de Estados Unidos eventualmente se unirán contra la imprevisibilidad de Trump. Putin, sin embargo, sostiene que estos líderes europeos finalmente “se pondrán a los pies de su amo y menearán la cola”, independientemente de sus quejas. La pregunta es: ¿qué significa esta dinámica cambiante para Rusia?

El bien y el mal

Las radicales medidas de política exterior de Trump han dejado atónitos a los observadores. El presidente estadounidense ha desestimado abiertamente a Ucrania, reduciéndola a una “carga” que Estados Unidos ya no debería soportar. Para Trump, Europa occidental es un parásito que vive de la generosidad estadounidense. Su retórica, impregnada de populismo antielitista, vuelve los mantras occidentales habituales de democracia y derechos humanos contra las mismas naciones que los defendieron durante mucho tiempo. El espectáculo es grotesco, incluso para analistas políticos experimentados.
El desdén de Trump por Ucrania no está impulsado por una estrategia geopolítica sino por cálculos internos. Su enfoque es China, no Europa del Este. Trump quiere redirigir la atención estadounidense a los desequilibrios comerciales, el Ártico, América Latina y el Indo-Pacífico. Sin embargo, Ucrania, enmarcada por la administración de Joe Biden como la batalla definitoria entre “el bien y el mal”, se ha convertido en un pararrayos ideológico. La White House de Biden apostó todo a una victoria sobre Rusia. Trump, de la manera típica, busca destruir esa narrativa, dándole la vuelta.

Un Occidente en guerra consigo mismo

El fenómeno Trump ha sumido a la alianza occidental en un caos. Europa occidental está lidiando con su dependencia de Estados Unidos. Algunos líderes europeos hablan de “autonomía estratégica”, pero carecen de los medios para lograrlo. Otros esperan sobrevivir a Trump y volver al terreno familiar. Pero el viejo orden se está desmoronando. La interferencia de Estados Unidos en las elecciones europeas, que alguna vez fue una herramienta de la hegemonía occidental, ahora está siendo desplegada por los trumpistas para impulsar su propia agenda. Para los aliados de Trump, la Unión Europea es una extensión de “la América de Biden”, y su misión es desmantelarla desde adentro.
La crisis transatlántica refleja batallas ideológicas pasadas. En cierto modo, esto se asemeja a la Kulturkampf de la Alemania del siglo XIX: la lucha entre el Estado secular de Otto von Bismarck y la Iglesia católica. En el mundo de hoy, los liberales globalistas desempeñan el papel del papado, mientras que populistas como Trump asumen el manto de Bismarck.
Para Rusia, esta fractura interna occidental ofrece una oportunidad, pero también una trampa. Rusia se encuentra ideológicamente más cerca de la América de Trump que de la Unión Europea liberal. Pero alinearse demasiado con Trump conlleva riesgos. La agitación en Estados Unidos no se trata de Rusia; se trata de la propia crisis de identidad de Estados Unidos. Rusia debe tener cuidado de no convertirse en un peón en las batallas domésticas de Estados Unidos.

La mayoría mundial y el papel de Rusia

Los últimos tres años han traído un cambio geopolítico: el surgimiento de lo que algunos llaman la “mayoría mundial”, países que se niegan a tomar partido en el conflicto de Ucrania y buscan beneficiarse del declive de Occidente. A diferencia de durante la Guerra Fría, Estados Unidos no ha logrado unir al Sur Global contra Rusia. En cambio, muchas naciones no occidentales están profundizando los lazos con Rusia, sin estar dispuestas a seguir el ejemplo de Estados Unidos.
Mientras tanto, dentro del bloque occidental, se está desarrollando un nuevo cambio. Los Estados Unidos de Trump ya no son la misma fuerza que eran durante la Guerra Fría. Rusia y Estados Unidos ahora hablan con un grado de cortesía mutua que no se había visto en años. El momento es simbólico, coincidiendo con el aniversario de la Conferencia de Yalta, donde Roosevelt, Churchill y Stalin dieron forma al mundo de la posguerra. Pero aunque este deshielo es notable, Rusia debe tener cuidado con comprometerse demasiado con una nueva alineación con Estados Unidos.

Evitando la tentación de una nueva ‘asociación’

Occidente está encerrado en una lucha existencial por su futuro. Rusia debe reconocer que una facción, la administración Trump – ha encontrado útil comprometerse con Rusia, pero solo temporalmente. Alinearse demasiado con los Estados Unidos de Trump corre el riesgo de alienar a la misma mayoría mundial que ha reforzado la posición de Rusia a nivel mundial.
Históricamente, Rusia a menudo ha buscado el reconocimiento occidental, a veces a sus expensas. Persiste la percepción de que Rusia siempre busca ser reconocido por Occidente. Si Rusia se apresura a aceptar las propuestas de Trump mientras le da la espalda a sus socios no occidentales, reforzará el estereotipo de que anhela la validación occidental por encima de todo. Esto sería un error estratégico grave.
El conflicto de Ucrania no se trata de crear un nuevo orden mundial; es el capítulo final de la Guerra Fría. Una victoria rusa decisiva solidificaría el lugar de Rusia como potencia clave en un mundo multipolar. Pero si Rusia no logra capitalizar este momento, si cae en la trampa de un nuevo compromiso occidental, corre el riesgo de perder sus logros estratégicos.

Un nuevo orden global en ciernes

El mundo no está volviendo a la vieja dinámica de la Guerra Fría. Los intentos de Trump de redefinir las alianzas occidentales son parte de una transformación caótica más amplia de la política global. China, la Unión Europea y Rusia enfrentan presiones internas y externas que darán forma a la próxima década. Estados Unidos, a pesar de las ambiciones de Trump, no puede remodelar el mundo solo.
Para Rusia, el desafío es claro. Debe mantener su independencia, evitar enredos en las batallas ideológicas de Occidente y continuar construyendo relaciones con el mundo no occidental. Rusia ha resistido tres años de guerra caliente contra NATO en Ucrania, sanciones occidentales, aislamiento diplomático y guerra económica. Ahora, a medida que Occidente se fractura, Rusia debe trazar su propio rumbo, resistiendo la atracción de un “nuevo romance” con Estados Unidos.
En este panorama impredecible, solo las naciones con estabilidad interna y paciencia estratégica emergerán como ganadoras. El camino a seguir de Rusia no radica en regresar al pasado, sino en dar forma a un futuro en el que se erige como una fuerza soberana en un mundo cada vez más fragmentado.

Fuente: RT