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Documentos desclasificados revelan el papel de Brasil, respaldado por Estados Unidos, en la instalación y apoyo a Pinochet en Chile

La participación de Estados Unidos en el derrocamiento violento del gobierno democráticamente elegido de Chile en Septiembre de 1973 es bien conocida. El papel fundamental desempeñado por Brasil no ha sido tan claro hasta ahora.
En el aniversario del golpe de estado respaldado por Estados Unidos de 1964 que llevó al presidente brasileño Joao Goulart a ser reemplazado por una junta militar, el Archivo de Seguridad Nacional ha publicado un tesoro de documentos previamente clasificados que muestran el papel que la junta militar brasileña desempeñó más tarde en la subversión de la democracia en Chile, y su posterior apoyo a la brutal represión del General chileno Augusto Pinochet contra los opositores políticos.
El expediente comienza el 22 de Septiembre de 1970, 18 días después de que Salvador Allende, de la Alianza de Unidad Popular, ganara por poco margen la presidencia chilena. Un documento, preparado para el general Emilio Garrastazu Medici – entonces tercer presidente de la dictadura militar de Brasil – resume una reciente reunión entre el embajador de Estados Unidos en Chile, Edward Korry, y su homólogo brasileño.
Después de la victoria de Allende, Korry, un diplomático veterano durante las administraciones de los presidentes Kennedy, Johnson y Nixon, prometió que “ni una tuerca o rondana llegará a Chile” bajo el gobierno socialista, y si y cuando asumiera el cargo en Noviembre de ese año, Estados Unidos “haría todo lo que estuviera a su alcance para condenar a Chile y a los chilenos a la mayor penuria y pobreza.”
En consecuencia, el resumen deja claro que los planes de Estados Unidos para socavar a Allende ya estaban en marcha cuando los dos embajadores se reunieron.
“Siguiendo órdenes directas de la White House”, se dijo que Korry estaba “insinuando a todos los sectores relevantes” que Chile tendría “dificultades” – incluyendo una escasez de crédito extranjero y ayuda militar – si el Congreso del país confirmaba a Allende como presidente. También señaló que la Embajada de Estados Unidos estaba distribuyendo material escrito advirtiendo de los peligros de un gobierno de Allende a los comandantes militares chilenos, los mismos elementos que tomarían brutalmente el poder tres años después.

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El mensaje de Korry fue claramente recibido fuerte y claro, ya que en Marzo del año siguiente – cinco meses después de la inauguración de Allende – el embajador chileno en Brasilia Raúl Rettig presentó un preocupante informe a su ministerio de Relaciones Exteriores, titulado “Ejército Brasileño posiblemente realizando estudios sobre guerrillas que se están introduciendo en Chile”.
Rettig – quien, dos décadas más tarde, presidió la primera ‘comisión de la verdad’ del país, que investigó los abusos a los derechos humanos durante el gobierno de Pinochet – había escuchado de múltiples fuentes que el régimen brasileño estaba evaluando extensamente cómo instigar una insurrección violenta en Chile y derrocar al gobierno de Allende a través de un “movimiento armado”.
Los planes ya estaban bien desarrollados, ya que los militares habían establecido una ‘sala de guerra’ dedicada, con mapas y modelos de la cordillera andina a lo largo de la frontera con Chile, para planificar operaciones de infiltración. Varios agentes secretos brasileños también habrían “ingresado al país como turistas, con la intención de reunir más información sobre posibles regiones donde podría operar un movimiento guerrillero”, reveló el informe de Rettig.
Brasil confiaba en el éxito. En una reunión en Noviembre de 1971 en la White House, el presidente Medici aseguró a Richard Nixon que Allende “sería derrocado por las mismas razones que Goulart había sido”, y el ejército de Chile estaba a la altura de la tarea. El agregó que Brasil había estado ” intercambiando muchos oficiales con los chilenos, y dejó claro que Brasil estaba trabajando para este fin.”
A cambio, el presidente de Estados Unidos prometió “ser útil en esta área”, como proporcionar “ayuda discreta”, sobre la base de que “debemos tratar de evitar nuevos Allendes y Castros y tratar, cuando sea posible, de revertir estas tendencias”. Un memorando de inteligencia contemporáneo de la CIA señaló que, para los altos mandos militares brasileños, Estados Unidos “obviamente” quería que Brasil “hiciera el trabajo sucio” en Chile y en otras partes de América Latina.
Para Julio del año siguiente, Brasil había establecido comunicaciones por canales alternativos con oficiales del ejército chileno, volándolos encubiertamente al país para reunirse con autoridades de alto rango y comenzar a planear la caída de Allende. Un informe de la inteligencia brasileña de agosto de 1973 detalla una cumbre en una base aérea en Santiago, en la que oficiales militares chilenos de alto nivel recibieron extensos informes sobre el propio golpe militar de Brasil nueve años antes, en el proceso aprendiendo lecciones “útiles” para su propia acción inminente.
Así, el 11 de septiembre de 1973, los militares chilenos irrumpieron en el palacio presidencial y tomaron el poder por la fuerza. Las tropas en tierra fueron asistidas por aviones Hawker Hunter de fabricación británica, que bombardearon el edificio y reprimieron a los francotiradores en las azoteas. Allende también murió en los combates, y aunque los investigadores han dictaminado que fue suicidio, algunos todavía cuetionan esa conclusión, argumentando que de hecho fue asesinado.
En el proceso, Chile – hasta ahora un faro aberrante de democracia y estabilidad en una región caracterizada por dictaduras – se convirtió en una junta militar, dirigida por el General Pinochet. Escuadrones de la muerte inmediatamente comenzaron a detener a miles de izquierdistas chilenos conocidos o sospechosos en el país, encarcelando hasta 40,000 personas en el Estadio Nacional del país.
Los nuevos archivos dejan claro que Brasil actuó muy rápidamente para legitimar al nuevo régimen, corriendo para convertirse en el primer país en reconocer oficialmente el despotismo de Pinochet, y redactando discursos para los representantes del gobierno en la Asamblea General de las Naciones Unidas para paliar el derramamiento de sangre que se desarrollaba en Chile.
Agentes de la inteligencia brasileña vestidos de civil también ayudaron secretamente a funcionarios chilenos en la realización de interrogatorios, torturas y ejecuciones en el Estadio Nacional. Entre los detenidos se encontraban ciudadanos estadounidenses y brasileños residentes en Chile, al menos tres de los cuales eran de tal interés para Brasil que las autoridades estaban tratando de organizar su regreso a casa.
El apoyo práctico comparable persistió durante muchos años. En agosto de 1974, el Coronel Manuel Contreras, jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional de Chile (DINA), solicitó pasaportes para 12 oficiales para un viaje a Sao Paulo, a fin de que pudieran recibir entrenamiento de sus homólogos brasileños.
Humberto Gordon, quien más tarde encabezó la DINA, es nombrado entre los oficiales, al igual que individuos más tarde involucrados en el asesinato de Orlando Letelier en Washington DC, que fue ordenado directamente por Pinochet.
A raíz del golpe, Letelier – un economista, político y diplomático chileno durante la presidencia de Allende – estuvo detenido durante 12 meses en varios campos de concentración, en el camino fue severamente torturado, siendo liberado solo debido a la presión diplomática internacional. Letelier huyó del país y se refugió en los Estados Unidos, convirtiéndose en el crítico más prominente de Pinochet en el extranjero.
El 21 de septiembre de 1976, Letelier fue asesinado a través de un coche bomba – gran parte de su torso inferior fue volado y sus piernas cortadas. Documentos previamente desclasificados por el Archivo de Seguridad Nacional indican que funcionarios estadounidenses tenían conocimiento previo del asesinato, pero la transmisión de un comunicado del US State Department advirtiendo al gobierno chileno que no lo llevara a cabo fue bloqueada por el entonces Secretary of State Henry Kissinger.
Chile permanecería bajo el control de Pinochet hasta que un referéndum de 1988 devolviera al país a la democracia. Su régimen finalmente terminó dos años más tarde, y fue elegido el gobierno de coalición de centro-izquierda, que gobernó hasta 2010.
La influencia maligna de Estados Unidos en Brasil, y en la región en general, persiste hasta el día de hoy, aunque típicamente de maneras más insidiosas. Sin embargo, incluso entonces, el número de muertos resultante puede ser elevado. Por ejemplo, en Marzo, el periodista John McEvoy expuso cómo Estados Unidos había presionado a Brasil para que no comprara la vacuna Covid-19 Sputnik V de Rusia.

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Este esfuerzo fue realizado por la US Office of Global Affairs (OGA) en conjunto con el US Department of Health and Human Services, y se jactó de ello en su informe anual de 2020, que denominó a la vacuna rusa “maligna”.
La OGA también trabajó para disuadir a Panamá – invadida por los Estados Unidos en Diciembre de 1989 – de aceptar la ayuda de los médicos cubanos, quienes, a lo largo de la pandemia, han realizado acciones para salvar vidas en más de 40 países.
Hasta el 1 de Abril, Brasil ha perdido 322,000 ciudadanos a causa del virus, y su despliegue de vacunas ha estado plagado de problemas. No se sabe cuánto de esa cifra impactante puede atribuirse al cabildeo de Estados Unidos, aunque se ha confirmado que los propios diplomáticos estadounidenses están tan frustrados por el fracaso de Estados Unidos para proporcionarles vacunas que algunos han apelado a Rusia para que les den dosis de la vacuna Sputnik V.

Fuente: RT